30 septiembre, 2006

La Conexión del Arco Iris

Los arco iris son tan asombrosos que logran mantenernos mirándolos fijamente. No hay dos arco iris iguales; cada cual ve el suyo propio. La última vez que vimos el arco iris tú estabas al otro lado del mundo. Separados por la distancia y por una cortina de lluvia atravesada por el sol. Pedí tu nombre escrito en el arco iris y me fue concedido; no sé si tu pediste el mío, ni si se te cumplió. Escuché unas voces que decían mi nombre; tal vez las mismas voces te clamaron a ti el mío. Durante unos instantes estuvimos unidos por la conexión del arco iris. Solías decir que los arco iris no eran más que visiones, ilusiones que se desvanecen. Yo te respondía que no; que los arco iris te permiten imaginar a alguien allá donde nace su fuente multicolor. Puedes creer en ellos o no, pero los arco iris no tienen nada que ocultar, son transparentes. Me pregunto por qué no estás hoy ; tal vez porque la conexión del arco iris entre nosotros murió. Espero algún día volver a ver un arco iris con tu nombre. Sigo escuchando esas voces; las he oído demasiadas veces como para ignorarlas. Sueño con sentir otra vez la conexión del arco iris, como anhelan encontarla los soñadores y los que aman.


26 septiembre, 2006

Regalo de aniversario



Susan lo tenía todo planeado. Aprovecharía la hora del almuerzo para darse un salto. La tienda estaba situada en Lexington Avenue, a cinco paradas de metro desde Union Square. Se habían conocido allí exactamente hacía un año. Ambos ojeaban objetos de regalo, se tropezaron, se pidieron disculpas, se sonrieron y habían terminado tomando café. Y lo que ocurrió luego perdura hasta hoy. Así que para Susan aquel lugar guardaba un significado especial, allí su vida había cambiado para siempre, al menos eso es lo que le gustaba pensar cuando los fantasmas del pasado acechaban su equilibrio emocional. Calculó minuciosamente cuánto tiempo le tomaría la travesía subterránea. Deseaba comprar allí el regalo de aniversario, sentía que haciéndolo así todo adquiría un carácter mágico. Estaba feliz y hacía un día que parecía hecho a su medida: el cielo despejado, la plenitud del sol, el aire limpio y el bullicio de las calles llenas de gente que iban y venían.

Primera parada: calle 23, y Susan pensaba en él. Lo imaginó trabajando en su bufete de abogados, ajeno al plan que ella había trazado, mediante el cual supuestamente habían quedado para ir al cine, sólo que al encontrarse ambos en la taquilla Susan le diría que se sentía un poco mareada y que la acompañara a algún sitio a sentarse y tomar un vaso de agua, con la sorpresa de que justo al lado del cine se encontraría el restaurante francés en el que ella misma había realizado una reserva para celebrar que llevaban un tiempo juntos: doce meses de citas amorosas, de escapadas improvisadas, de confidencias y de complicidad mutua.

Próxima parada: calle 28, y Susan recordaba como algo lejano aquella pesadilla en que se había convertido su vida anterior: el desánimo, el cielo a menudo gris, el llanto infinito, las malditas pastillas, elementos todos de una nube negra que gracias a él se había disipado. No le importó que el resto de pasajeros la observaran riéndose sola mientras decretaba que su vida se dividiría en antes de él y después de él. Del antes de él ya no quería saber nada, y del después de él quería pensar que duraría siempre porque sentía que estaba disfrutando plenamente. Sólo el ruidoso golpe de las puertas del vagón la ausentaba por instantes de su mundo de dos, haciendo que fijara su vista en la pegatina roja que advertía de lo peligroso de apoyarse allí con el tren en marcha.

Próxima parada: calle 33, y Susan decidió qué ropa se pondría esa noche: tal vez el vestido negro con aquel precioso broche dorado en el escote, o algo más sencillo -una falda y una camisa con la chaqueta a juego- aunque pensaba que quizás desentonaría con el elegante traje y corbata a juego que llevaría el guardián de sus sueños. Deseaba estar guapa para él, veía muy justo complacerle hasta en los detalles más insignificantes, hacía por entregarse totalmente al amor entre ambos. También recordó que había pedido hora en la peluquería, confiaba en que su estilista recordase cómo la había peinado justamente hacía un año, aquel día en que él se había fijado justamente en su cabello y le había dicho lo hermoso que lo tenía, y ella -acusando timidez y coquetería- había omitido darle explicaciones al respecto, acompañando su sonrojo con una sonrisa.

Próxima parada: Gran Central, y Susan soñó con que tal vez él le diría durante la velada eso que ella tanto ansiaba escuchar: le pediría que fuera su esposa y le confesaría que la amaba más que a nada en el mundo y que deseaba tener niños y criarlos junto a ella en una casita familiar a las afueras, quizás en New Jersey. Más de una vez en todo este tiempo había jugado a fantasear fabricándose una película muy ajustada de cómo sería su vida con él: la casa familiar, las travesuras de los niños, las vacaciones, y también la navidad, una fecha que últimamente sólo deseaba que pasara lo más pronto posible.

Fin de trayecto, y antes de poner un pie en la calle Susan se detuvo un instante justo al final de las escaleras de Lexington. Alzó la cabeza dejándose calentar por el sol que lucía entre los edificios de Manhattan, respiró profundamente y -sintiendo pasar la gente a su lado- cerró los ojos y se prometió a sí misma que nunca más renunciaría a la felicidad, ese estado de plenitud que tanto se había hecho esperar pero que al fin había alcanzado al conocerlo a él, ese ser maravilloso que le había devuelto las ganas de despertar cada mañana, que le había hecho perder el miedo cuando se aproximaba la noche, que le había devuelto las fuerzas para enfrentarse a la vida. Y Susan estaba orgullosa de haber seguido sus lecciones con dedicación. Tanta, que se había acostumbrado a esperar su llamada telefónica en el trabajo, y mientras se decían cosas bonitas ella sacaba del bolso un frasquito conteniendo el perfume tan masculino que usaba él -solía llevarlo a todas partes porque la hacía sentir segura-, lo destapaba, y se dejaba impregnar por su fragancia, sintiendo que estaba junto a él.

No había muchos clientes en la tienda a mediodía, así que no hubo problema en que la encargada -a quien Susan se tomó la molestia de contar la historia del feliz encuentro-, le fuera mostrando objetos que podían ser de su interés. A Susan le gustaba ojear con detenimiento, analizar las posibilidades de cada elección, hasta que dio con un lujoso estuche de complementos vinícolas que pensó que él adoraría, pues era un gran amante de la buena mesa y de los mejores vinos. La encargada puso su mejor sonrisa e hizo la previsible observación de que la elección había sido todo un acierto y luego le pidió que la acompañase al mostrador. Al salir del pasillo para dirigirse a la caja central Susan miró hacia la derecha por pura inercia, en uno de esos barridos visuales que uno hace cuando se dirige a un lugar determinado y de camino distrae la mirada unos instantes. Al fondo estaba la sección de joyería, justo el rincón de la tienda que ella tenía grabado en su memoria. Se detuvo un momento ensimismada, dándose tiempo a rememorar detalles del feliz encuentro. Mientras pensaba embobada no pudo evitar fijarse en una escena muy concreta: había una pareja de espaldas examinando bisutería. Contemplando aquella pareja Susan esbozó una sonrisa al trazar un paralelismo imaginario con su propia historia. Unos segundos después la pareja se dio la vuelta y Susan pudo ver sus caras. ¡No por Dios! —exclamó sobresaltada alzando la mano izquierda hasta su boca para atenuar el eco del grito. Se quedó paralizada unos cuatro, cinco segundos, no más. Su cuerpo parecía incapaz de moverse, como si sus extremidades desatendieran cualquier orden de su cerebro. Tenía el rostro desencajado. Se dio media vuelta y avanzó hacia la caja aparentando tener una entereza que acababa de perder de súbito. Le temblaban las piernas, la frente se le calentó y su cara se ruborizó por completo. Abonó el regalo sin mediar palabra, haciendo esfuerzos para no dirigir la mirada hacia el lugar señalado, debatiéndose entre la incredulidad y el deseo huir sin que nadie la abordara ni se dirigiera a ella. ¿Se encuentra bien? —preguntó la encargada al entregarle la bolsa de la compra. Susan no podía articular palabra. Se puso las gafas de sol con torpeza y salió corriendo sin recoger el cambio. Camino del metro sintió vértigo y le invadió un sudor frío, con un vacío inmenso en el estómago y un sentimiento de dolor como si le arrancaran las entrañas. Entonces un millón de lágrimas —compañeras de batalla esperando la ocasión de intervenir— se derramaron de sus ojos, precipitándose por toda la extensión sus mejillas. Siguió andando y entre sollozos se desprendió casi sin fuerzas de un "¿por qué…?" que le salió del alma.

Aún tuvo tiempo de depositar la bolsa conteniendo el regalo en una papelera -con ese gesto conmovido de quien deja unas flores sobre la tumba de un ser amado que se ha ido para siempre- antes de perderse por las escaleras del suburbano, como animal asustado que huye a refugiarse en su madriguera hasta que pase la tormenta.
©Ignatiusmismo 2006.

22 septiembre, 2006

Canción para un tipo solitario

Eres joven e intentas no ser distinto, intentas ser igual a los demás, hasta que te das cuenta de que estás hecho de otra manera. Intentas sobrevivir, así que el anonimato se convierte en un refugio. Un día te levantas y te has convertido en uno de los otros, has crecido; y te sientes cómodo en ese mundo mientras habitas en él en solitario. Y te preguntas si alguna vez alguien te reconocerá tal y como eres. Y te cuestionas si no es demasiado tarde para que alguien desee averiguarlo...


HERE WE GO música y letra de JON BRION de la película PUNCH-DRUNK LOVE dirigida por Paul Thomas Anderson


Tienes que esperar / que haya alguien para ti / tan extraño como tú / alguien que encaje / con las cosas que haces / sin que ello resulte dificil / porque sabes como distorsionar la verdad / hasta que encaja contigo mismo / esas cosas que mantienes / A tu alrededor / nunca sabes lo que te van a reportar / si tu vida va tirando pero sin ti / eso es el final de las cosas, sabes / aquí vamos / Tienes que saber / que hay más en este mundo / de lo que has visto / porque nosotros todos / tenemos una vision limitada / de lo que pueda suceder / cada vez que avanzamos / con nuestras cegueras encima / cada uno de nosotros un poco desamparado / sin poder entenderlo o explicarlo / cada uno de nosotros en un planeta distinto / en medio de todo, yendo hacia y viniendo desde / alguien puede decir hola / aquí vamos / sintiendo que alguien te toma en serio / bueno es algo a lo que nadie / pondría pegas / podría ocurrir hoy así que te sugiero / que abandones tu costumbre de marginarte / es el final de las cosas, sabes / aquí vamos / alguien puede decir hola / tú, viejo así y tal / aquí vamos.

11 septiembre, 2006

Elaine (September 11th, 2001 in memoriam)


Han transcurrido cinco años desde que te fuiste, Elaine, y ni un solo día he dejado de pensar en ti, me es imposible. Nuestro hogar, en el que tantos momento felices pasamos juntos, permanece rodeado de recuerdos tuyos que no he querido retirar, porque sé que en ellos habita la semilla de todo aquello bueno que tú sembraste: un matrimonio feliz, y unos niños maravillosos.
Conservo registrada en mi memoria tu llamada telefónica del 11 de septiembre de 2001, el día en que me dijiste adiós con un un hilo de voz que nunca antes te había oído. Guardo para mí cada una de las palabras que dijiste, cada golpe de aliento tuyo, cada recuerdo sonoro de aquella conversación, por amargo que fuera. Yo en aquel momento no conocía la gravedad de los hechos -más tarde lo supe-, y tú estabas asustada -tengo miedo, dijiste-, con la respiración alterada. Fuiste siempre una persona muy fuerte, de las que no se asustaban fácilmente. Quiero pensar que mis palabras de aliento te ayudaron a mantaner la calma mientras el final se aproximaba. Mantuve la esperanza de que pudieran llegar hasta donde estabas y te sacaran de allí sana y salva. Yo no estaba viendo las imágenes de televisión, hablaba contigo desconociendo completamente la magnitud de la catástrofe. Tal vez fue mejor así, de haber sabido más el pavor se habría apoderado de mí más que de ti y me habría venido abajo. Tuviste el arrojo de decirme que ibas a morir, y yo, ingenuo y esperanzado, te hice ver que todo saldría bien y que volveríamos a estar juntos con nuestros hijos. Pero tú, comprendiendo que sería la última vez que te dirigías a mí, quisiste decirme que me querías y que querías mucho a los niños, que no olvidara decírselo. Yo -quebrándoseme la voz- te dije que te amaba, y que no te preocuparas más que de ponerte a salvo. Cuando colgué el teléfono estaba muerto de miedo.
Solías salir a la calle a tomar café. Era una una obligación que te impusiste a ti misma cuando te ascendieron. No siempre pero en ocasiones, si no tenías reunión a primera hora telefoneabas a tu amiga, la publicista de la planta 66, y te reunías con ella en el Lobby. Os encantaba ese paseo de confidencias al aire libre, sobre todo cuando el sol brillaba con fuerza en el cielo del bajo Manhattan. Ese día no lo hiciste, amor, no sé por qué razón. Algún asunto de esos que se te daba tan bien solucionar te retendría a primera hora de la mañana en la torre sur del World Trade Center, en tu despacho de la planta 97, desde donde solías telefonearme a diario para desearme buen día o gastarme la broma de que alcanzabas a divisarme si mirabas hacia New Jersey. Desde allí pudiste observar un horror que al principio te era ajeno, y que más tarde te arrinconaría irremediablemente, con la lenta agonía de las malas noticias que se ven venir y que no tienen solución. Habría dado cualquier cosa por cambiarme por ti. Porque tú eras necesaria en la vida de nuestra familia más que yo. El destino ha dispuesto que no sea así. Qué injusto. Desconozco las circunstancias que te impulsaron a saltar al vacío mi amor, tal vez caíste porque te faltaba ya el aliento y te flaqueaban las fuerzas. Pero era muy propio de ti no haberte querido dejar atrapar por el horror y haber preferido escapar de él como un ave que huye espantada de su nido y se siente libre surcando el cielo en busca de otra guarida. Yo no habría tenido el valor para hacerlo pero tú, una vez más, fuiste fiel a ti misma. Afrontaste el peligro sin dejar que el espanto te arredrase. Eras fuerte frente a la adversidad y hacías que yo me sintiera seguro a tu lado. Dijeron que tu cuerpo yació en la acera unos minutos antes de ser sepultado bajo la nube de polvo, y que había rastro de otras desesperadas caídas en los alrededores. Tengo para mí, Elaine, que mientras tu alma se desprendía de ti súbitamente tuviste que sentirte felizmente liberada de toda aquella angustia. Sé con certeza que alcanzaste la paz por unos instantes antes de separarte de mí para siempre. Desde entonces, amor, tu ausencia llena cada día y cada minuto de nuestras vidas -la mía y la de nuestros hijos-, que nunca volverán a ser las mismas que eran antes. Lo mismo que Nueva York, que ya no es la ciudad que solía ser, porque la han cambiado para siempre.
©Ignatiusmismo, 2006.

09 septiembre, 2006

La chica de la habitación 714

La chica de la habitación 714 con vistas a la piscina aparentaba estar muy segura de sí misma mientras terminaba de quitarse el maquillaje. Luego de una ducha de agua tibia y un minucioso cepillado de dientes, se sentó en la cama con las piernas cruzadas disponiéndose a escribir algo en su diario. Encendió un cigarrillo que había extraído del primer cajón, cerró los ojos y se quedó inmóvil durante unos instantes fantaseando sobre su brillante porvenir. En su muñeca derecha, un precioso reloj de marca que ese mismo día le habían regalado señalaba casi la medianoche. La jornada había sido intensa: ensayos, entrevistas, pruebas de vestuario, desfiles, visitas protocolarias. Así cada día desde hacía una semana cuando había llegado a aquel exclusivo hotel situado en la costa. En el mueble aparador, junto al televisor, una carpeta negra con el anagrama del concurso grabado en blanco contenía la agenda que ponía en orden sus actividades. Abierta por el día Sábado, quedaba sólo una hoja por pasar, lo que significaba que faltaba una sola jornada por cumplir. Junto a la carpeta reposaba una tarjeta de visita con un teléfono anotado a mano. En la mesita de noche una preciosa lámpara de porcelana floral iluminaba un best seller de tapas duras recién empezado, según delataba un marcador insertado en las primeras páginas. Junto al libro, un elegante teléfono a juego con el resto de los elementos decorativos de la estancia, llevaba un rato esperando ser atendido.

—Hola mamá.

—¿Cómo te ha ido, querida?

—He tenido un día agotador

—Lo sé, cariño, piensa que mañana es el último.

—Sí mamá, mañana se sabrá si lo he hecho bien.

—Sabes de sobra que lo has hecho bien. Este era tu sueño y te has preparado para ello. Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti, y tus hermanos…

—Lo sé mamá, aunque no soy la única que se ha preparado bien. La competencia es atroz.

—Oh, no pienses en ello, cariño, sé tu misma. Ellos sabrán apreciar todos tus encantos…

—Eso espero, esto está siendo realmente duro para mí, pero es mi sueño y voy a hacer por conseguirlo.

—Seguro, cariño. Tengo que colgar. No olvides que te queremos…

—Gracias mamá. No lo olvido. Buenas noches.

Colgó el teléfono y permaneció estática por unos instantes, observando la imagen de su familia en un pequeño marco que siempre llevaba consigo. Pasó el dedo índice muy despacio sobre el cristal del marco, acariciando ensimismada la imagen de los suyos. Cuando llamaron a la puerta su rostro cambió por completo. Era el sonido claramente definido de unos nudillos golpeando a la altura de la mirilla. Antes de levantarse se detuvo a pensar un momento. Luego se humedeció los labios dando un trago al vaso de agua que había en la mesita. Se retocó frente al espejo y atenuó las luces antes de abrir la puerta…

Al día siguiente la voz impostada de un presentador de variedades, presuntamente embargado por la emoción, proclamó que ella había sido elegida la mujer más bella del país. Y en el momento de ser coronada, en medio de una salva de aplausos, una tímida lágrima -cuyo verdadero significado solo ella conocía-, se derramó por su preciosa mejilla.
©Ignatiusmismo, 2006.

07 septiembre, 2006

Últimos días de Verano


Últimos coletazos estivales; últimos días sin calendario; últimos baños de mar salada; últimos atardeceres lindos; últimos paseos de brisa marina; últimas miradas furtivas; últimos rayos de fornido sol; últimos castillos en el aire; últimas noches de clara luna; últimos besos robados; últimas ventanas abiertas de par enpar; últimas tentativas de trasnochar; últimos pensamientos vacíos; últimas olas llenas de espuma; últimas sombrillas y toldos; últimos cafés granizados; últimas almohadas humedecidas; últimas confidencias al aire libre; últimos despertares serenos; últimas horas de holgazanería; últimas veces entre tú y yo; últimos cielos desnublados; últimos planes de excursión; últimos tragos descontrolados; últimos sueños a todo color; últimas sobremesas prolongadas; últimos cuerpos deliveradamente exhibidos; últimos amores adolescentes; últimas fragancias de coppertone; últimas toallas tendidas en la arena; últimos días de urbes deshabitadas; últimas almas en bikini; últimos saludos de forasteros; últimos sudores sin esfuerzo; últimas noches de desenfreno; últimos sonidos ipnóticos; últimos rostros tiznados; últimas palabras sentidas; últimos arrebatos sedientos; últimas lecturas soleadas; últimos vehículos descapotables; últimas piscinas clorificadas; últimos mercadillos callejeros; últimos pies desnudos; últimas confesiones espontáneas; últimos deseos cumplidos; últimos ecos de tu nombre.


06 septiembre, 2006

¿Me borrarías de tu memoria?


Has usado el comodín, vida,
y como si fuera un mal recuerdo
me has borrado de tu memoria.
Puedo pensarte, sentirte, olerte,
tu en cambio no te percatas de mí
como si no me hubieras conocido.
Tu huella sigue viva en mí,
la mía te ha sido arrancada.
Renaces en busca de la felicidad,
la misma por la que yo muero .
Tan solo tengo un comodín,
que de usar borraría de mí
lo que me queda de ti.
***









"El brillo eterno de la mente inmaculada" (Eternal sunshine of the spotless mind), una cita tomada de un poema de Alexander Pope, en el que se hace referencia a la plena felicidad alcanzada en una vida sin recuerdos dolorosos.


Imaginemos un futuro en el que tecnológicamente fuera posible borrar de nuestra memoria todo aquello que quisiéramos. Una suerte de borrado selectivo de las pistas de un disco duro, relacionadas con aconteceres del pasado que nos generen dolor por la razón que sea.










En una aplicación consentida de la técnica -dejando a un lado los usos perversos de la misma (reflejados por Jonathan Demme en su película El mensajero del miedo)-, correspondería al individuo decidir qué determinación tomar, valorando el posible alcance de semejante práctica: ¿Eliminar personas?, ¿eliminar hechos dolorosos?, ¿eliminar conocimientos adquiridos?, ¿eliminar momentos felices para vivirlos otra vez?, ¿eliminar todo?, ¿no eliminar nada? Borrando de nuestra memoria esos recuerdos... ¿no perderíamos más al hacerlo? ¿No forman parte esas cicatrices del "adn" de nuestro carácter? ¿No perjuicaría a nuestra personalidad la falta de esos recuerdos? Y puestos a modificar, ¿por qué no añadir también información a nuestra memoria? Sin duda estamos ante un asunto polémico...
¿TÚ QUÉ HARÍAS?










OLVIDATE DE MI
Una película de Michael Gondry, basada en un guión original de Charlie Kaufman

















Joel y Clementine se habían conocido en un vagón de tren. Un cruce de miradas había bastado para que la chispa saltara entre ellos, aunque son muy distintos el uno del otro. Él es extremadamente introvertido y le cuesta articular palabra, mientras que ella es un volcán en erupción, impulsiva y de comportamiento extravagante. El caso es que conectan y se hacen inseparables por unos años.


Un día Joel recibe la noticia de que Clementine le ha dejado, suponemos que como resultado de una situación insostenible a ojos de ella. Pasan los años y Joel siente que, pese a los momentos amargos vividos, debería volver a intentarlo con Clementine. Pero al ir a buscarla al trabajo se encuentra con que ella tiene otro novio, y que además actúa como si no le conociera de nada.

La casualidad hace que caiga en manos de Joel una carta dirigida a su ex-novia. En ella, el Dr. Mierzwiac le rinde cuentas a Clementine del proceso que le ha practicado a petición suya, recordándole que la operación tiene carácter irreversible y que tal hecho debe permanecer en el mayor de los secretos. La carta detalla que la operación tuvo por objeto borrar de la memoria de Clementine todo rastro de Joel así como de su relación afectiva, haciendo tabla rasa, y permitiendo que Clementine siguiera con su vida sin el más mínimo recuerdo de aquella relación.


Desesperado por las consecuencias del hallazgo, Joel acude al Dr. Mierzwiac para que le practique la misma operación, borrando así a Clementine de su memoria. Sin embargo, durante el proceso de borrado selectivo de recuerdos, Joel descubre que hay recuerdos que no se borran debido a su gran amor por Clementine. Desde lo más profundo de su cerebro, intenta frenar el proceso que, de culminar, haría que Clementine no existiera nunca más para él...

02 septiembre, 2006

La versión de Joyce Maynard


Joyce Maynard, de 53 años, la autora de To die for, cuya plasmación al cine lanzó a Nicole Kidman, es sin embargo conocida en todo el mundo por haber sido la jovencita que cautivó al mismísimo J.D.Salinger. Todo empezó en 1971, Maynard estudiaba en la Universidad de Yale y escribía artículos con sólo dieciocho años. Uno de ellos –An eighteen year old looks back on life-, fue publicado por el New York Times Magazine, con una gran repercusión. Entonces Maynard recibió una carta de Salinger, de 53 años, en la cual le felicitaba y le advertía de los peligros de la fama. La carta fue correspondida por la joven, que poco después visitó al gran escritor en su casa de Cornish, New Hampshire. Maynard dejó la universidad y se quedó a vivir allí durante diez intensos meses. Luego, Salinger se cansó de ella y la rechazó con desprecio. Se separaron para siempre.

Es conocido el recelo del consagrado autor de El guardián entre el centeno a compartir cualquier detalle sobre su vida. Durante 40 años, los mismos que lleva sin publicar una sola línea, su imagen no ha aparecido en ningún medio de comunicación, ni siquiera en las tapas de sus libros por indicación suya. Apenas se sabe nada de su vida e incluso hay quien duda de que esté vivo.

Durante mucho tiempo Maynard rehusó hablar del asunto “Salinger” pero en 1998 publicó
Mi Verdad, autobiografía en la que daba su versión de lo sucedido con J.D.Salinger, dejando en muy mal lugar al que había sido su mentor. Para colmo, decidió vender las cartas privadas que el escritor le había enviado a lo largo de su relación por 125.000 dólares, entonces dijo que por motivos económicos. Eso desató las iras de los seguidores del novelista, hasta el extremo de que el Creador del Antivirus Norton, Peter Norton, fanático del escritor, decidió comprar las famosas cartas para devolvérselas a su propietario.

-Joyce, usted un buen día destapó la caja de los truenos hablando públicamente de J.D.Salinger, el escritor que había sido su ídolo…
-Después de mucho tiempo callada, necesitaba poner las cosas en su sitio.
-Salinger permanece recluido desde hace muchos años sin querer hablar con la prensa, que alguien ofrezca datos de su vida debe de valer mucho dinero…
-Fue lo que pensaron en su momento, aunque lo que me impulsó a hacerlo fue poner la verdad en su sitio. Necesitaba dar un sentido a mi vida. Una vez Salinger me despachó, pasé mucho tiempo en silencio, por fidelidad por una parte, y por miedo por otra. Miedo verdadero a convertirme en el blanco de su ira.
-¿Es cierto que con 18 años usted lo dejó todo para ser la amante de un hombre que la apartó del mundo, así ve usted lo sucedido?
-Ese hombre cambió y marcó mi vida de tal forma que no me he sentido libre hasta que he escrito ese libro. Para mí fue un poco como una muerte. He pasado muchos años bajo el yugo de la sombra de la persona a la que más he admirado en mi vida, más que a ninguna otra. Cuando ya no estaba con él, he seguido creyendo mucho tiempo que sus actitudes y sus pensamientos eran los válidos. He sentido la opresión de su censura silenciosa sobre cada uno de mis actos. Necesitaba liberarme de ello.
-Siempre se refiere a él como “ese hombre”… ¿tanto odio siente por él?
-Ahora sólo siento indiferencia.
-¿Cómo consiguió Salinger digamos “captarla”?
-Se presentó ante mí como mi alma gemela. Me dijo que era el poseedor de toda la sabiduría y le creí.
-¿Y cómo era en realidad?
-No era más que un neurótico, obsesionado con cuidar su salud, además de hablar mal de todo y de todos.
-¿Por qué diablos decidió en 1997 presentarse en su casa antes de publicar el libro sobre él?
-Fui porque me había bloqueado, y al verle supe que la razón era el terror a ese hombre poderoso...
-¿Cómo reaccionó él?
-Volvió a demostrarme el mismo desprecio que entonces.
-¿Y usted que conclusión extrajo del breve encuentro?
-Ya no me pareció sino un amargado, cruel, viejo, triste, trágico… Entonces supe que todo había terminado.
-A raíz de la publicación de sus cartas, usted supo que hubo otras mujeres en la vida de J.D….
-Es un hombre que ha pasado su vida obsesionado con la juventud y las chicas jóvenes.
-Su libro fue el blanco de todas las críticas, incluso se la comparó con Monica Lewinsky. No le parece que eso significa que Salinger es un escritor muy apreciado en todo el mundo...
-Me mostraron como una depredadora. Es triste para las mujeres que tengamos que callar si por hablar de alguien poderoso podemos turbarle.
-En el libro usted desgrana con todo tipo de detalles la crueldad y humillación a la que, según usted, Salinger le sometió, sin embargo, hay quien considera su relato banal y oportunista…
-Que cada uno saque su propia conclusión. Yo me he limitado a escribir mi verdad. Si ese hombre quiere escribir un libro, que lo haga. Seguro que se lo publican.

01 septiembre, 2006

Liki


Le conocí a principios de esta semana. Me lo encontré en el parque al que suelo acudir a diario. Vestido con equipaje de fútbol, llamaba la atención verle hacer maravillas con la pelota a lo Ronaldinho. Me acerqué a él y le saludé. Me sonrió y me devolvió el saludo. Se llama Liki, tiene 21 años y es de Guinea Conakry. Le he preguntado si juega en algún equipo y me ha dicho que sí. Bueno, que jugaba en un equipo de un pueblo de las afueras pero que no le pagaban ni para el autobús. Era un equipo aficionado, así que prefirió dejarlo y entrenar por su cuenta. Me ha parecido realmente bueno con la pelota, aunque sólo le he visto hacer virguerías, pero le he imaginado dominando el centro del campo, posición en la que me ha dicho que le gusta jugar, repartir el juego. Quise saber si se había ofrecido a algún equipo. Dijo que no sabía cómo hacerlo. Que había acudido al finalizar un entrenamiento del equipo local donde milita un jugador de un país fronterizo con el suyo. Y que éste se lo había sacudido de encima, le había dicho que él no sabía cómo podía ayudarle, que se quitara el fútbol de la cabeza. Pero Liki no quiere renunciar a su sueño. No entiende como un ser humano que ha sufrido igual que él, un compatriota como quien dice, alguien que lo ha pasado mal hasta llegar adonde está, no quiera ayudarle. ¿Temor a que su bienestar se tambalee o a que el fútbol español se tiña de africanos ávidos de triunfo? Entonces pensé en la doble cara de la inmigración. Algunos, cuando salen adelante, olvidan que alguien les ayudó en su momento y no se brindan a auxiliar a otros. Pero a Liki eso no le importa. Allí estaba con su gran sonrisa, explicándome en voz alta sus ilusiones. Quise preocuparme por si tenía los papeles en regla pero él se adelantó, pensé luego que tal vez por ese miedo a la denuncia que les acompaña siempre, y me dijo que “papeles todo bien, todo bueno”. Me interesé por si disponía de tarjeta sanitaria, y me dijo que sí. Que una familia local –bendita familia- le ayudaba desde que había llegado a esta ciudad. Que solía hacer trabajos de carga y descarga para una cadena de supermercados. No pude reprimirme a preguntarle si le pagaban, pues recientemente había oído en las noticias cómo individuos desaprensivos utilizaban a los inmigrantes para trabajar de sol a sol en las huertas y ni siquiera les pagaban, bajo la amenaza de denunciar su carácter ilegal. Qué canallas, recordé. A Liki le pagan por su trabajo –bendita familia-, así que después de todo lo que ha pasado (y que algún día tal vez me cuente) hace una vida aproximadamente igual que cualquier chaval de su edad de los que no tuvieron la necesidad de subirse a una barca para buscarse la vida o morir. No creo que estudie, se expresa en español con esa dificultad del extranjero que hace que el interlocutor sufra. Te entiendo, no paré de decirle para que no se pusiera más nervioso todavía. Algunas palabras las dijo en francés, idioma adoptado en su país por haber sido colonia francesa hasta 1958. Hoy Guinea Conakry atraviesa uno de sus peores momentos. Refugiados de Liberia y Sierra Leona han invadido algunas zonas del país huyendo de las masacres de las guerrillas rebeldes, mientras la comunidad internacional mira a otro lado. Estuvimos hablando un buen rato, luego le dejé continuar con su entrenamiento y me fui a casa pensando en él. Al siguiente día volví a verle. Y al siguiente. Adiós Liki, digo al pasar… Adiós amigo, me contesta siempre… Desde entonces, Liki forma parte de mi acontecer más o menos diario, espero que por algún tiempo.