29 noviembre, 2007

Merrill & Sonia



Merrill está sentado en la mesa de la cocina leyendo el diario. La gata le hace compañía. Se dirige a ella por su nombre —Sonia— y sin quitar ojo del periódico le dice que Brenda realmente le gustaba. Y añade que cree que esta vez la gata se ha equivocado. Sonia está echada en el interior de una cesta de mimbre acondicionada con unos cojines estampados. La cesta está instalada en el suelo, enfrente del ventanal que tiene las cortinas recogidas, dejando entrar un generoso rayo de sol que calienta gran parte de la estancia. La actitud de Sonia es de no inmutarse lo más mínimo ante las palabras de su dueño. Merrill insinúa que desearía que se le escuchase cuando habla.

—Sobre todo si se trata de un asunto importante —reclama.

La gata se incorpora lo justo para lanzar una mirada sobre Merrill y vuelve a esconder la cabeza regresando a su dulce estado de reposo. Merrill pasa varias páginas del diario ayudándose con el dedo índice previamente ensalivado y luego se alza las gafas desde la punta de la nariz usando el mismo dedo.

—¡Fíjate en esto Sonia! —dice Merrill con las comisuras de los labios humedecidas por la espumilla—, han publicado cinco demandas de empleo nuevas. ¡Es excelente! —asegura.

El hombre toma un lápiz de la mesa y marca con un círculo uno de los anuncios. Luego pronuncia un nombre en voz alta —Sara— y le dice a la gata que espera que esta vez se muestre atenta con la chica. Merrill explica que procede de Wisconsin y que es estudiante de leyes.

—¿Sabías que adoro las leyes, Sonia? —comenta excitado.

Sonia actúa como si la cosa no fuera con ella. Permanece tendida, reposando la cabeza sobre su costado izquierdo, prácticamente enroscada. Merrill abandona la lectura del diario, lo dobla cuidadosamente y lo deja sobre la mesa. El viejo reloj de cuerda del salón señala de un modo afónico que es mediodía. Merrill observa su reloj de pulsera.

—¡La una y media! —exclama—. Es hora de comer, Sonia —anuncia dirigiéndose al frigorífico. Extrae una pieza de pescado, la unta con mantequilla de cacahuetes y la coloca sobre una sartén.

—Hoy te he comprado lenguado, gatita —dice colocándose el delantal.

El olor a pescado asado llama la atención de la gata, que se despereza para llamar la atención de su amo. Merrill, ensimismado, murmura cosas ininteligibles mientras cocina. La gata acude al borde de su plato vacío esperando la inminencia del banquete y desde allí observa a Merrill, que ha terminado de cocinar y aparta la sartén del fuego. El hombre se dirige hacia donde está la gata y deposita el lenguado en el plato. La gata se relame. Merrill se quita el delantal y le pide a Sonia que espere para comer juntos. Abre la despensa y saca una lata de conservas. La gata se toma su tiempo antes de aproximarse al plato, disfrutando del aroma que desprende el pescado humeante. Merrill retira la pestaña del bote y lo abre por completo. Luego coge un tenedor y se sienta a comer. En la etiqueta del bote puede leerse: “alimento completo para gatos”. Merrill le dice a Sonia que está delicioso, y le desea buen apetito.

Durante la comida Merrill explica que piensa citar a la chica por la tarde, y que dedicará el resto de la mañana a los preparativos.

—Ya sabes, hay que tener lista la habitación de invitados —apunta.

La gata dedica toda su atención a dar pequeños mordiscos al delicioso lenguado.

Son las ocho en punto. Llaman a la puerta. Merrill se asoma al espejo para colocarse la pajarita. Antes de abrir echa un vistazo por la mirilla. Es la chica. Abre la puerta y se queda callado al verla. La chica se presenta y sonríe. Merrill le devuelve su mejor sonrisa y la invita a pasar y sentarse. La chica parece tímida, a tenor de lo sonrojadas que tiene las mejillas. Merrill se muestra muy amable, si bien los primeros instantes del encuentro están llenos de silencios mutuos.

Tras unos minutos de charla Merrill se disculpa para ir a la cocina. La chica permanece sentada, examinando la vetusta decoración del salón. La gata no ha abandonado su lecho, ajena por completo a la visita. A Merrill se le ve agitado, como si fuera un colegial que regresa de una excursión y necesita contar los detalles. Coge a Sonia y la deposita sobre la mesa. Se sienta a su lado y se dirige a ella con mimo. Le dice que la chica le gusta y que desea presentársela.

—Esta vez sí, Sonia —expone poniéndose serio—. No podemos seguir así por más tiempo. La chica me gusta y creo que yo también le gusto a ella. Así que quiero que la conozcas y colabores conmigo para conquistarla.

La gata se limita a mirarlo fijamente con unos ojos que irradian todo su verdor amarillento. Merrill insiste, tratando de ofrecerle razones, pidiéndole una respuesta. Pero la gata se muestra indiferente.

—¡Si piensas que me tienes dominado te equivocas!, ¡maldita rata callejera!, —explota Merrill, agarrándola por el abdomen y zarandeándola, exigiéndole su aprobación.

La gata se eriza completamente y lanza una salva de maullidos, enterrando sus garras en los antebrazos de Merrill. El hombre la deja caer en la mesa, asustado, retrocediendo unos pasos. Luego se sacude los brazos y se adecenta el jersey, dándose un poco de tiempo para calmarse.

—Está bien, Sonia… tú mandas —balbucea antes de dar media vuelta para regresar al salón.

La chica ha dedicado los últimos minutos a ojear una de las revistas sobre gatos que hay en la mesa. Merrill se disculpa por la demora, le ofrece una limonada a la chica y se sirve otra. Se sientan a charlar. Merrill le pide que le hable de ella. La chica le cuenta algunos detalles de su vida. Merrill pregunta la razón por la cual abandonó Wisconsin para venir a Detroit. La chica responde que lo hizo porque deseaba marcharse de Phillips, su ciudad natal, y por el prestigio de la Escuela de Leyes de la Universidad de Michigan.

—Apuesto a que ha venido usted sola —se aventura Merrill.

La chica contesta que sí. Merrill especula con la posibilidad de que la chica eche de menos a su familia.

—Muchísimo —responde la chica—. Me considero una persona muy familiar —agrega.

Merrill añade que espera que pronto los considere a Sonia y a él como parte de su familia. La chica sonríe y no puede reprimir ruborizarse. Merrill también sonríe y a continuación guarda silencio. La chica da un trago de limonada y pregunta en qué consiste el trabajo. Merrill contesta que el trabajo es ameno y que consiste básicamente en hacerse cargo de la casa y cuidar de la gata en su ausencia.

—Sé que no es mucho dinero —reconoce Merrill—, pero le resultará muy grata la compañía de Sonia. Es una gata muy especial.

La chica dice que le parece bien y sonríe.

—¿Por qué vive usted solo? —pregunta la chica.

—Bueno, verá… —Merrill se queda callado un momento. La pregunta le ha cogido por sorpresa y por la cara que pone no le ha sentado muy bien—. Vivo solo desde que murió mamá —responde sacando las palabras a trompicones—. He consagrado mi vida a cuidar de ella —añade—. ¿Acaso le parece mal? —se defiende contrariado desviando la mirada hacia la librería.

La chica no dice nada, cabizbaja y abochornada. Se hace un silencio. Merrill resopla y cierra los ojos apretando los párpados con fuerza.

—¡Ya basta de preguntas! —profiere encolerizado—. ¡No estoy aquí para hablar de mí mismo! —prosigue con aspaviento.

La chica le pide disculpas trastabillando. Merrill se revuelve en el asiento, le suda la frente y hace por no mirarla a los ojos. Transcurren unos instantes. Merrill murmulla sin parar, como si mantuviera una disputa interna. La chica empieza a incomodarse. Merrill levanta la vista y la clava sobre la chica. La observa unos instantes y luego le pide de un modo dramático que lo acompañe para mostrarle la habitación de invitados. A la chica se le cambia el semblante, desapareciéndole de súbito el color. Al levantarse le tiemblan las piernas. Da unos pasos hacia la puerta del pasillo y luego se detiene, en un amago de dar media vuelta sugiriendo que tal vez sería mejor dejar los detalles para otro día ya que se le va a hacer tarde. El hombre se ha situado detrás de ella, de modo que la chica no tiene más remedio que avanzar por el pasillo.

—Entra en tu habitación —dice Merrill, y la chica se queda paralizada.

—¡Te he dicho que entres en tu habitación, quiero enseñártela!

—¡Por favor, déjeme marchar, quiero irme! —suplica la chica muy asustada.

—¡Hazlo de una maldita vez! —Merrill está completamente trastornado—. ¡Es la voluntad de Sonia!, ¡entra en la habitación ahora mismo! —ordena.

La chica sufre un ataque de nervios y rompe a llorar. Merrill está detrás de ella sumido en un delirio. Tiene las venas de los brazos tensas como cables de acero, el rostro desencajado, con la mandíbula aprisionando los dientes de ambos maxilares y los labios hinchados escupiendo espuma. La chica no deja de llorar, inmovilizada por el pánico. Se ha tapado la cara con las palmas de las manos. Merrill alza su mano derecha y la deposita en la espalda de la chica, y ejerce la presión suficiente como para obligarla a atravesar la puerta. La chica está tan asustada que no ofrece oposición. Padece convulsiones y se ha orinado encima, sus zapatos de ante están empapados. Merrill entra y pega un portazo pero la puerta se queda abierta. De repente un silencio. Desde afuera no se oye nada. Al momento se escucha llorar a la chica, suplicando a Merril que no le haga daño. Al hombre no se le escucha. La gata se asoma al pasillo, que visto desde el salón está a oscuras. Las orejas de la gata, súbitamente erguidas, delatan que la chica se ha puesto a chillar. Se la percibe moviéndose y forcejeando violentamente dentro del cuarto. El silencio queda roto por los ruidos, golpes y gritos. La gata avanza unos pasos y se detiene a la mitad del pasillo. El único rastro de su presencia en la oscuridad lo constituyen sus ojos, que brillan como dos potentes balizas. Desde el lugar donde está, Sonia aprecia un fino rayo de luz que procedente de la habitación se ha proyectado sobre el suelo a través de la rendija que ha dejado la puerta entreabierta. Los gritos de espanto de la chica no causan perturbación en el rostro del animal, que apenas sí parpadea, graduando la intensidad de su hipnótica mirada ante la suerte de sombras que cubren la mancha de luz del suelo. A Merrill no se le oye decir nada, al menos nada que sea audible desde afuera, o si ha dicho algo sus palabras han quedado sepultadas por los quejidos de la chica, que ahora revelan dolor. La gata no se mueve. Los gemidos de la chica, perpetrados desde el cansancio, pasan a ser más débiles hasta extinguirse en un silencio aliviador. La gata sigue en el mismo sitio. Sólo gira la cabeza unos grados en señal de que sus oídos han captado una brusca interrupción del ruido. A la chica ya no se le oye. La sombra del pasillo, antes agitada, ahora vuelve a ser blanca y uniforme, como el encefalograma plano de un organismo vencido por la muerte.

Han transcurrido unos minutos. Se abre la puerta. La luz de la habitación aclara en parte la oscuridad del pasillo. La gata ya ha visto suficiente y desaparece.

Merrill asoma por la puerta de la habitación y se abre paso por el pasillo. Parece un muerto viviente. Lleva las manos y la ropa teñidos de sangre y el rostro arañado. Se detiene a la entrada del salón. Está aturdido, sumido en un zumbido que le impide captar el sonido de ambiente a su alrededor. Mira a un lado y a otro y llama a Sonia.

—¡Soniaa!, ¡Soniaa!

La llama una y otra vez, aumentando el tono del sollozo en cada intento, como si fuera un niño extraviado. Sonia no se deja ver. Merrill alza la voz para que la gata lo oiga dondequiera que esté.

—¡Te has salido con la tuya! —se lamenta. Y lo repite con un hilo de voz.

El hombre recorre unos metros hasta la entrada. En su rostro se refleja el dolor que le produce la brecha en una de las piernas, seguramente a causa de un mordisco. Se asoma a la puerta de la cocina y dirige su mirada hacia donde está Sonia. La gata está descansando en su cesta. Merrill balbucea intentando decirle algo. Sonia se levanta y se acerca a él muy lentamente. Da un salto hasta la mesa y de la mesa se encarama al hombro del hombre. Merrill la recoge y la sostiene entre sus brazos, arrullándola.

—¡Sonia!… ¡Sonia!… ¡mi gatita!… —le dice mientras la acaricia.

Luego la coge con ambas manos y se la pone delate de la cara para observarla sin decir nada. La gata mira a los ojos de Merrill, y mantiene su mirada dejando que haga mella en el hombre, que enseguida la deja sobre la mesa. Todavía aturdido, Merrill llena el plato de Sonia con pienso hasta rebosarlo, pone agua en la taza y se da media vuelta y se va a su habitación.

La casa permanece en silencio. Sonia se asoma por la puerta de la cocina. Su mirada se dirige al salón. Se queda observando el terreno por espacio de unos segundos. Luego avanza con cautela y se detiene en la entrada del pasillo, lugar desde el que había asistido al espanto. Seguidamente la gata atraviesa el pasillo, lo hace con la seguridad de que nada ni nadie va a perturbar su visita al lugar de los hechos. La puerta de la habitación de Merrill está cerrada. Sonia se aproxima a la mancha de luz que sale de la habitación de invitados, aún no puede ver el interior de la misma. Se detiene y se queda ensimismada antes de iniciar la exploración.

La gata asoma la cabeza por la puerta. Desde el interior puede apreciarse el movimiento inquieto de sus pupilas al observar los restos del horror. Atraviesa la puerta. Sus pasos parecen estar medidos para no pisar ni una gota de sangre en su paseo macabro. Recorre cada rincón, se encarama a los muebles, sigilosamente, sin alterar un ápice la escena. Su seguridad y parsimonia dan qué pensar, como si se tratase de un ceremonial repetido. El cuerpo de la chica está semidesnudo, con el estómago abierto en canal y las tripas asomando. La gata se detiene justo delante del rostro y lo observa deliberadamente. La cara está desencajada, con una mueca de dolor prolongado. Acerca el hocico llegando a rozar la tez con los bigotes. Saca la lengua y da varios lametones y otras tantas relamidas para limpiar casi por completo los restos de sangraza de su morro. Más tarde abandona el lugar en medio del silencio sepulcral que domina toda la casa.

Han transcurrido casi dos días. En todo ese tiempo Merrill no ha salido de su habitación. Sonia, por su parte, no ha abandonado su lecho.

Merrill está sentado en la mesa de la cocina leyendo el diario. La gata le hace compañía. Merrill se dirige a ella sin quitar ojo del periódico, le dice que Sara realmente le gustaba. Y añade que cree que esta vez la gata se ha equivocado. Sonia está echada en su cesta de mimbre. La actitud de Sonia es de no inmutarse lo más mínimo ante las palabras de su dueño. Merrill insinúa que desearía que se le escuchase cuando habla.

—Sobre todo si se trata de un asunto importante —añade.

La gata se incorpora lo justo para lanzar una mirada sobre Merrill y vuelve a esconder la cabeza regresando a su dulce estado de reposo. Merrill pasa varias páginas del diario ayudándose con el dedo índice previamente ensalivado y luego se alza las gafas desde la punta de la nariz usando el mismo dedo.

—¡Fíjate en esto, Sonia! —dice Merrill—, han publicado tres demandas de empleo nuevas. ¡Es excelente! —asegura.

Merrill toma un lápiz de la mesa y marca con un círculo uno de los anuncios. Luego pronuncia un nombre —Laura— y le dice a la gata que espera que esta vez se muestre atenta con la chica. Merrill explica que procede de Massachussets y que es enfermera.

—¿Sabías que adoro los hospitales, Sonia? —pregunta excitado.

Sonia actúa como si la cosa no fuera con ella. Permanece acostada, reposando la cabeza sobre su costado derecho, prácticamente enroscada. Merrill abandona la lectura del diario, lo dobla cuidadosamente y lo deja en la mesa. El viejo reloj de cuerda del salón señala que es mediodía. Merrill mira su reloj de pulsera.

—¡Vaya!, ¡la una y media! —dice—. Es hora de comer, Sonia —anuncia dirigiéndose al frigorífico. Extrae una pieza de pescado, la unta con mantequilla de cacahuetes y la coloca sobre una sartén.

—Hoy te he comprado salmón, gatita —exclama mientras se coloca el delantal.

El olor a pescado asado llama la atención de la gata, que se despereza para llamar la atención de su amo. Merrill murmura cosas ininteligibles mientras cocina ensimismado. La gata acude al borde de su plato esperando la inminencia del banquete, y desde allí observa a Merrill, que ha terminado de cocinar y aparta la sartén del fuego. El hombre se dirige hacia donde está la gata y deposita la pieza de salmón en el plato vacío. La gata se relame. Merrill se quita el delantal y le pide a Sonia que espere para comer juntos. Abre la despensa y saca una lata de conservas. La gata se toma su tiempo antes de aproximarse al plato, disfrutando del aroma que desprende el pescado humeante. Merrill retira la pestaña del bote y lo abre por completo. Luego coge un tenedor y se sienta a comer. En la etiqueta del bote puede leerse: “alimento completo para gatos”. Merrill le dice a Sonia que está delicioso, y le desea buen apetito.

Durante la comida Merrill explica que piensa citar a la chica por la tarde, y que dedicará el resto de la mañana a los preparativos.

—Ya sabes, hay que tener lista la habitación de invitados —apunta.

La gata permanece impasible, dedicada por completo a dar pequeños mordiscos al delicioso trozo de salmón.

Son las ocho en punto. Llaman a la puerta. Merrill se asoma al espejo para colocarse la pajarita. Antes de abrir echa un vistazo por la mirilla. Es la chica. Abre la puerta y se queda callado al verla…
© ignatiusmismo, 2007.